
Divinidad Líquida
Este texto no nace de una certeza. Nace de una sospecha que no me puedo sacar de la cabeza: ¿y si lo que llamamos Dios… siempre estuvo en nuestras manos?
Todo esto parte de una idea que me persigue desde hace tiempo. No sé si es una verdad absoluta, pero cada vez la siento más real: el agua no es solo la base de la vida biológica, también podría ser lo más parecido a lo que muchos han llamado Dios. A lo largo de este texto, mezclo historias antiguas, ciencia, creencias y cosas que he vivido o sentido, para llegar a una intuición: que el agua no es sólo símbolo de lo divino, sino una manifestación real de eso que da sentido, transforma y sostiene. No vengo a convencer a nadie. Solo quiero abrir una posibilidad. Una forma de mirar el mundo desde algo tan cotidiano como una gota.
La pregunta detrás de todo
¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos sostiene? ¿De dónde venimos? Son preguntas que no se van. La religión, la filosofía, la ciencia… todos han intentado responderlas. Pero yo quiero hacer otra pregunta: ¿y si Dios es el agua? No como una frase bonita, ni como un chiste. De verdad. ¿Y si lo que buscamos allá arriba, ha estado siempre fluyendo dentro y fuera de nosotros? Esta idea no busca explicar todo. Solo invitar a ver con otros ojos eso que está en todas partes.

Civilizaciones antiguas: todo comenzó en el agua
Desde que el ser humano quiso entender de dónde venía, el agua estuvo ahí. Los sumerios, que fueron de los primeros en escribir lo que pensaban, decían que todo nació del agua, de una diosa llamada Nammu. Ella dio origen al cielo, a la tierra y a los primeros dioses. Luego, los babilonios tomaron esa idea y contaron en el Enuma Elish que el universo salió del caos entre dos tipos de agua: Tiamat, la salada, y Apsu, la dulce. En Egipto, antes de que existiera cualquier cosa, todo era un océano sin forma llamado Nun. Los hindúes también hablan de un tiempo donde solo había oscuridad y agua. Vishnú, uno de sus dioses más importantes, aparece flotando sobre esa agua, justo antes de crear el mundo. Incluso los mayas decían en el Popol Vuh que, al principio, solo existían el cielo y el mar.
Hasta los filósofos griegos, que ya pensaban más con la razón, llegaron a la misma intuición. Tales de Mileto decía que todo nace del agua. Que todo lo vivo depende de ella. Que incluso el alma es húmeda. No lo decía como metáfora, lo decía porque lo veía. Porque lo sentía real. Es muy fuerte que culturas tan distintas, en tiempos tan lejanos, hayan llegado a la misma conclusión: todo empieza con agua.
Religión y agua: una presencia constante
En la Biblia, lo primero que se menciona no es la luz, sino el agua: "el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas".(Génesis 1:2). Desde ahí, el agua aparece una y otra vez. Moisés separa el mar. Jesús se bautiza en un río. Convierte el agua en vino. Camina sobre ella. Es símbolo de vida, de limpieza, de poder. El bautismo no es solo mojarte: es empezar de nuevo.
Y hay algo que siempre se me ha parecido curioso, pero ahora me parece revelador:
El agua es la única sustancia que existe naturalmente como sólido, líquido y gaseoso. En la Trinidad cristiana se habla de Padre, Hijo y Espíritu. Tres formas, una misma esencia. ¿No se parece eso a cómo funciona el agua? Otras religiones también le dan un lugar sagrado al agua. En el islam, hay rituales de limpieza antes de rezar. En el budismo, se ofrece agua como símbolo de humildad. Y en muchas culturas indígenas, el agua es memoria, es espíritu, es conexión con los que ya no están. Cuando tantas creencias coinciden en algo, tal vez no sea casualidad. Tal vez es algo que todos llevamos dentro.

Ciencia: el agua lo atraviesa todo
El cuerpo humano es casi pura agua. Entre 60% y 70%. El cerebro, el corazón, los pulmones… todos tienen aún más. La Tierra es más agua que tierra. Hay agua en cometas, en lunas lejanas, en planetas que ni conocemos bien. Incluso han detectado una nube gigante de agua en el espacio. Y siempre que se habla de vida en otros mundos, se parte de una sola condición: que haya agua.
El ciclo del agua no para nunca. Se evapora, sube, se condensa, cae, alimenta ríos, árboles, animales, humanos. Vuelve a empezar. Lo increíble es que esa agua no desaparece. Solo cambia. Lo que bebemos hoy pudo haber pasado por el cuerpo de un dinosaurio. Todo está conectado por esa misma sustancia. ¿No es eso divino?
Y aún con eso, hay gente que no tiene agua para vivir. Miles mueren cada año por no tener acceso a ella. ¿Cómo puede ser que lo más esencial, lo más sagrado, sea tan mal cuidado? Tal vez si viéramos el agua como algo sagrado, como algo que es Dios y no solo un recurso, cambiaríamos nuestra forma de tratarla.
También hay teorías como la de Masaru Emoto, que decía que el agua responde a nuestras emociones. Que si le decís cosas bonitas, sus cristales se forman de manera armónica. Que si le gritás o la maldecís, se vuelve caótica. Puede sonar raro, pero si somos 70% agua…¿No es lógico pensar que lo que decimos y nos dicen puede afectarnos mucho más de lo que imaginamos?

Una historia personal: miedo al agua
Yo no sé nadar. Y sí, admito que le he tenido miedo al agua. Miedo real, de ahogarme. Como en su momento me ahogué en el alcohol. Pero hoy, eso ya no me domina. Lo que sí me sigue moviendo a veces, es el miedo a mis emociones. Porque por momentos me hundo en la melancolía, como si fuera una corriente que me arrastra sin avisar. Escribir esto fue también una forma de interpretar con todo eso. Entendí que el agua no se pelea, se habita. Que para flotar hay que soltar. Y que a veces, flotar es lo más parecido a confiar.
No creo en un Dios con barba que vive en el cielo. Pero sí creo que si algo está en todo, sostiene todo y transforma todo… eso es el agua. Está en lo que somos, en lo que sentimos, en lo que compartimos. Tal vez nunca se trató de buscar a Dios afuera, sino de aprender a reconocerlo adentro.
Hechos a imagen del agua
La Biblia dice que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios. ¿Y si eso se refería a que somos agua? ¿Y si lo que tanto buscamos afuera, ha estado siempre fluyendo por dentro? El agua tiene memoria, tiene forma, tiene poder. Está en cada rincón del planeta y en cada uno de nosotros.
Si esto fuera cierto… ¿cambiaría tu forma de ver las cosas? ¿Tomarías agua distinto? ¿Llorarías distinto? ¿La cuidarías más? Decir que el agua es Dios no es reducir a Dios. Es darle a lo cotidiano el lugar que se merece. Desde un bautismo hasta un vaso compartido, el agua ha estado presente en los momentos más humanos, más sagrados, más reales.
Octavio Paz escribió: "la sed y el agua son uno". Y yo pienso que esa sed que tenemos no siempre es de líquido. A veces es de sentido. De verdad. De conexión. Tal vez por eso, cada vez que tocamos una gota… estamos tocando el principio de todo.